Durante seis años, Naitoreido llegó casi todos los días a la esquina de la Tercera y Constitución. No lo hacía a la misma hora, pero su presencia era constante. Abría sus cajas, sacaba los gises y se agachaba sobre el pavimento. En ese cruce transitado del Centro, fue trazando una galería efímera hecha de personajes de animé, caricaturas clásicas y figuras que alguna vez fueron famosas.
Con el tiempo, su trabajo atrajo miradas, fotografías, propinas. También atrajo competencia. Ayer empacó sus cosas por última vez. No lo hizo con rabia. Lo hizo como quien entiende que una etapa terminó.

Los puestos ambulantes que llegaron en los últimos meses no solo tomaron espacio físico. También trajeron ruido, sombra y un nuevo tipo de urgencia. Naitoreido lo notó desde hace tiempo. Cada semana, su espacio se hacía más estrecho. Lo que al principio era una esquina amplia se convirtió en un corredor saturado de lonas, bocinas, mercancía colgada de tubos.
Fueron llegando poco a poco, dijo. No parecía sorprendido. Tal vez porque el desorden del Centro, con su mezcla de tolerancia oficial y acomodos políticos, ya es parte del paisaje. Lo que le queda claro es que ese rincón ya no es suyo.
En ese fragmento de banqueta, Naitoreido retrató lo que otros veían en las pantallas. Sus dibujos se convirtieron en una suerte de termómetro visual: lo que se compartía, lo que se recordaba, lo que se perdía. Ahora busca otro sitio, otra banqueta, otra esquina desde donde seguir dibujando lo que el cemento no dice.
